Conocí a una joven contadora que se vino a vivir a la ciudad de México, ya que en su ciudad natal, el puerto de Veracruz, no encontraba un empleo que le diera las condiciones que ella esperaba al ser una profesionista. Convivimos (por cuestiones de trabajo) alrededor de ocho horas de un domingo, donde en las pausas de la ardua labor que realizábamos me platicaba a respuesta de mis preguntas como ha sido su vida en estos nueve meses que lleva en la ciudad.
Los relatos de la veracruzana se los conté
a mi amiga de muchos años, Silvia, que vive en la capital de Yucatán, Mérida. Silvia
me conto que igualmente deseaba venir a la capital del país para probar suerte,
pero las historias que le conté le resultaron bastante descabelladas; sobre
todo la referente al metro.
Iris que es la chica que viene de Veracruz,
me comento que la primera vez que se topó con un metro en hora pico tardo 3
horas en abordarlo, 3 horas, lo que dura un juego de futbol americano, la película
más larga del verano o lo que duermo en mis noches de insomnio. Básicamente el
problema es que ella no entendía, su cabeza no comprendía que tenía que
empujar, veía a la gente empujarse para entrar y su sentido de supervivencia le
decía, "si, si quieres llegar a casa vas a tener que empujar –duro- a la
gente para entrar al vagón" el consiente no la dejo y tuvo que esperar. Obvio
con el paso de tiempo y como era de esperarse se volvió una profesional y no he
tenido ningún problema mayor al de cualquier chilango promedio, no ha vuelto a
llegar tarde al trabajo.
Silvia al escuchar esto y comentando que
ha visto los videos en Facebook de gente en el metro, me comento que no sería
capaz de empujar a la gente. "que tontería mejor me salgo y tomo un
Uber"
Ternura fue lo que sentí por ella.
Te imaginas vivir en la Pantitlan, ser las
8 de la mañana y tener que llegar a Polanco a las 9.
"que tontería mejor me salgo y tomo
un Uber", ternura, si quieres venir, vas a tener que aprender a empujar...