el finissimo comentario
En esta ciudad es difícil encontrar a una mujer que utilice
vestidos tan comúnmente, Paula lo hacía. Creo que eso fue lo que me enamoro de
ella. Nunca me pude resistir a una mujer que sabe lucir un vestido.
La conocí a fines de Noviembre, un año de mis primeros veintes,
justamente el día de su cumpleaños, el 22, en su casa, en la fiesta que le
organizaron para celebrarlo, en la que solo fui el invitado del invitado que afortunadamente
tuvo la oportunidad de hablarle, y al parecer, caerle bien. Justamente ese día,
el día segundo día que la vi más hermosa. Porque del primero es del que más me
acuerdo.
El día que la vi más hermosa, yo la esperaba en la salida de
un metro que da a una plaza comercial cerca de su casa, pasando el puente
peatonal. No espere mucho, Paula llego rápido y puntual como en todas nuestras
citas anteriores, bajo las escaleras impactándome con su vestido holgado de
tirantes, azul, que le llegaba por debajo de las rodillas. Se veía hermosa. No olvido
ese día.
El 14 de febrero de aquel año ella había aceptado salir
nuevamente conmigo. Yo no era divertido, pero si lo suficientemente interesante
para Paula, eso creo. Le gustaron las flores que lleve, o eso dijo; vimos una película
y tomamos un café. En ese café nos besamos, fue la primera vez que nos besábamos,
después de aquella primera vez que después de tantos besos rechazo mi propuesta
para tener una relación oficial, por ahí de mediados de Enero. Paula seguía dolida
por aquel novio que después de 4 años de relación le propuso matrimonio y poco
tiempo después, el pasado octubre, le pidió disculpas por no poder cumplir su
promesa, pues la dejaría por con una chica que conoció en su trabajo.
Los besos nos llevaron a un hotel desconocido a un costado
de la plaza. Tomados de la mano entramos a la habitación rentada solo por dos
horas, porque según la recepción, era un día “fluido” y nos avisaban, para
evitarse la pena de corrernos. Sin más y con prisa tuvimos el mejor sexo que se
tendría ese edificio en toda la noche…
Pasaron los minutos, ─Vámonos,
se nos acaba el tiempo ─me dijo Paula, desarrugando el vestido azul que minutos
antes le quite, mientras yo la admiraba aun recostado en la cama. Afirme insinuándole
con una gran sonrisa que ya tendríamos más tiempo después. Paula negó con la
cabeza, aunque dijo que sí, me recordó que ya me había dicho antes que no quería
ser mi novia, pero le caía bien, le gustaba, y no quería estar sola en San Valentín…
Paula sintió la tristeza en mis ojos y la fuga de la ilusión. Lo siento, dijo. Pensé
que entendías.
CSR
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